domingo, 16 de octubre de 2022

Reto animal 04/2021

El reto del club cyrano de abril del 2021 era este: https://clubdeescrituracyrano.com/animal/


Este reto consistía en que la voz del narrador tenía que ser de un animal. Daba igual si era imaginario o real. Pero un animal. Yo, para este reto, miré a mi alrededor y acabé escribiendo sobre un animal que, en las ciudades, nos acompaña cada día y que solemos despreciar. Me alejé de gatos, perros y mascotas en general pero me quedé cerca. Escribí sobre una paloma, en parte por la libertad de los animales capaces de volar, por la cercanía geográfica, pero también porque a pesar del desprecio que les hacemos, son el símbolo de la paz. Bueno, y que me hace mucha gracia que muevan la cabeza hacia delante y atrás cuando caminan, eso también influyó en la decisión.

Os dejo con el reto y después comento un poco más.




Pluma pico ala


A pesar de que podía ver casi todo a mi alrededor, cada vez me costaba más encontrar algo que picar y era muy frustrante…


La zona estaba más solitaria y los gigantes salían muy poco, y cuando lo hacían, estaban acompañados de las bestias ladradoras tan ruidosas que a veces me persiguen. Como si pudieran atraparme, con lo lentos que son. Pero sí es verdad que echaba de menos al gigante que tiraba pan duro al suelo... No podía evitar preguntarme dónde se había metido.


Alcé la cabeza y vi los acantilados de la ciudad buscando ese hueco donde dormía, en las alturas, protegida del mundo. Desplegué mis alas grises y volé hasta el nido en el que estaba mi compañero cuidando de los huevos, le desperté con un suave picotazo en el cuello y él se fué a buscar algo que comer. Mientras tanto, era mi turno de dar calor y cuidar de nuestra progenie. Me quedé dormida muy rápido. Soñé con el nido en el que me crie, era tan bonito… El acantilado era más alto y había una zona con muchos árboles justo delante. Mis progenitores siempre volvían al nido con el buche lleno y preparado para darnos de comer. Después de comer cantábamos todos juntos.


Me despertó una canción muy suave de mi pareja, él prefería despertarme cantando en vez de picarme como hacía yo con él, así que volvía a ser mi turno de salir a buscar comida.

Primero me dirigí a los lugares que conocía bien, esos sitios donde los gigantes se sientan a comer y beber, dejando caer pequeñas porciones de la comida sin darse cuenta. Ese siempre había sido un buen sitio para ir cuando ya se habían marchado, porque estaba lleno de migas, pero ya no se reunían en esos lugares. Nunca supe por qué. Y el lugar era el correcto, lo ponía muy claro en los dibujos que había en las paredes. Esos que ponía para decirse entre ellos dónde podían comer. 


Lo único que seguía encontrando siempre y podía comer todo lo que quería eran esos cilindros blancos o naranjas, que tiran los gigantes. A veces los pisan, otras no. Con eso puedo alimentar a los pequeños pero a veces es difícil de tragar y es muy desagradable así que tenía que buscar algo mejor.


Estuve mucho tiempo dando vueltas, volando y buscando pero nada parecía cambiar. Fuera donde fuese, en todas partes estaba igual, y eso que me fui volando lejos. Incluso llegué a una zona con muchos más árboles de lo habitual y sin los estrechos acantilados.

Cerca de los árboles podía comer hojas y ramitas, pero las hojas suelen ser muy grandes, las ramitas muy duras y me costaba mucho romperlas así que tardaba mucho en comer. Pero para ese día me llené el buche así que regresé con mi pareja, esta vez el toque fué en el pico, pico contra pico. Se asustó un poco, pero cantó para mí antes de irse y yo me quedé con los huevos. Ya les quedaban pocos días para salir y tenía que buscar algo mejor, el tiempo era clave. Me quedé dormida cantando una melodía suave a los huevos mientras les daba mi calor y mi amor. Soñé con toda la comida que tiraban los gigantes, hacía poco tiempo era muy fácil encontrar de todo y de repente eso se había acabado de golpe.


Me volvió a despertar mi pareja con un suave gorjeo y sentí hambre. Si yo pasaba hambre mis crías no podrían sobrevivir así que tenía que seguir buscando.

Sin los gigantes, mi mejor opción era buscar algún sitio con árboles cuyas hojas sean más fáciles de tragar. Salí volando en busca de lugares verdes, pero no estaba encontrando los que buscaba. Llevaba viviendo en la misma zona desde que fui pichona y había visto muchas veces unas hojas pequeñas, blancas y redondas, pero con la abundancia de comida que había antes nunca me había molestado en recordar dónde podía encontrar estas hojas. Las había probado y eran muy fáciles de comer, podía comer muchas y aunque el sabor no era el mejor, tampoco sabían especialmente mal.

Seguí buscando, asomándome en cada borde de los acantilados, mirando el suelo a su alrededor, pero las hojas que encontraba eran grandes. Volví a comer hojas y cilindros, pero tenía que encontrar esas hojas blancas antes de que se abrieran los huevos.


Cuando volví al nido vi a mi pareja y parecía preocupado. La canción que me dedicó fue más triste de lo habitual. Yo me quedé con los huevos y empecé a sentir que se empezaban a mover, empezaban a hacer ruido, intentando escapar de las estrechas paredes del óvalo, así que me estaba quedando sin tiempo y cada vez me sentía más cansada y más hambrienta. Volví a soñar con la comida que tiraban los gigantes sin darse cuenta, unas cosas amarillas, alargadas con un sabor muy bueno, trozos de pan blando y otras cosas deliciosas. Por eso mismo fue aún más doloroso cuando me despertó mi pareja. Cuando dejé el nido libre él dio un suave picotazo al nido e hizo como si fuera a sacar leche del buche. Yo asentí con la cabeza, sabía perfectamente a lo que se refería. Se acababa el tiempo.


Empecé dando vueltas por una zona diferente, seguía buscando mi paraíso de hojas blancas y sabía que cuando lo encontrara no iba a olvidar dónde estaba, pero tenía que encontrarlo. Me paré a picar el suelo un rato para calmar el hambre pero tenía que darme prisa.

Por fin encontré el parque que buscaba, me subí a un sitio alto para ubicarlo y resultó que estaba rodeado completamente de estrechos y altos acantilados, así que era fácil no verlo al pasar volando. Bajé y me tragué todas las hojas que me entraron en el buche, después regresé al nido con una en el pico para enseñárselo a mi pareja.

Cuando le desperté de un suave picotazo en el cuello y le enseñé mi descubrimiento se puso muy contento, cantó con mucha alegría. Le señalé con el pico la dirección en la que podía encontrar las hojas. Juntamos la cera y los picos sabiendo que todo iba a ir bien y que nuestros pichones iban a crecer grandes y fuertes. Nos miramos un momento y salió volando con mucha fuerza en la dirección que le había señalado. Él también había estado pasando hambre.

Me senté sobre los huevos, con una sensación maravillosa de paz. Podía alimentar a mis pichones y no necesitaba a los gigantes.




Me resultó muy gratificante escribir este relato, primero porque al investigar sobre las palomas pude aprender mucho de ellas, de su capacidad de reacción, de sus relaciones sociales y demás. Pero también porque quería intentar interpretar las ciudades desde sus ojos, interpretando que las personas tenemos un tamaño inmenso, que los edificios les recuerdan a los acantilados que eran sus espacios naturales y los lugares en los que pueden buscar comida.

Como dato curioso, la historia está ubicada temporalmente después de la cuarentena, cuando empezaron a dejar salir durante horas concretas, a la compra y poco más. Por eso las terrazas que visita la protagonista están vacías y no hay nadie tirando comida. El hombre mayor que daba de comer a las palomas tampoco está. Sé que hay gente que prefiere no pensar en ese tiempo que nos tocó vivir, pero nos cambió la vida para bien y para mal. Y en abril del 2021 estaba mucho más reciente así que decidí plasmar ese momento y las dificultades añadidas que traía consigo, no solo para nosotros sino también para los animales.

Espero que hayáis disfrutado del relato.

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