domingo, 6 de noviembre de 2022

Reto La venganza de la naturaleza 04/2021

El reto del club cyrano de marzo del 2021 era este: https://clubdeescrituracyrano.com/la-venganza-de-la-naturaleza/

Para el reto de este mes nos pidieron escribir un relato dentro del género del greenpunk. Pero, ¿qué es eso? Resumiéndolo al máximo, el greenpunk se basa en la crítica social en referencia al ecologismo y la naturaleza. Una visión en la cual tenemos que sufrir las consecuencias de los daños que llevamos haciéndole al planeta durante tanto tiempo.

No tiene por qué ser un escenario postapocaliptico en sí mismo, pero yo elegí escribir dentro del marco de un post apocalipsis “natural”. Y es que me encanta el género postapocalíptico.

Soy muy fan de la saga de videojuegos Fallout, me encantan las novelas de Metro2033, las películas como El libro de Eli, o Zombies Party, aunque esta última es una comedia. Pero mi película y novela preferidas a día de hoy son La carretera (The road) escrita por Cormac McCarthy. En la historia de The road no hay heroes, ni villanos. Solo hay gente intentando sobrevivir en un mundo que ha colapsado, en un mundo frío y devastado. El protagonista no es un superhombre con capacidades increíbles, solo es un padre intentando cuidar de su hijo. Y el acercamiento que hace en la historia al día a día, a la supervivencia a costa de cualquier otra cosa, no es común en el género, aunque creo que debería serlo. Me gusta Soy leyenda, pero el protagonista es un supersoldado y además científico. No es un hombre de a pié.

Por eso, en mi relato intenté reflejar la vida diaria de un barco ciudad que intenta sobrevivir a la naturaleza después de que todo se fuera a la porra. Un barco que es la última esperanza de la humanidad, y al mismo tiempo, se está quedando sin ella.

Pero no quiero enrollarme más, os dejo con el relato y luego cuento un poco más.




Un barco llamado esperanza.


“La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”

Friedrich Nietzsche - Humano, demasiado humano.


El inmenso barco ciudad vagaba a la deriva en mitad de la noche, impelido por el viento y las olas, pero sin voluntad. Sin embargo, en su interior, la actividad era frenética, como siempre; siempre en movimiento, siempre al filo del desastre, siempre con la comida y el agua justos, siempre…

«Los castigos son importantes», pensó Ataraxia, la jefa de una de las piscifactorías, «Aquí no hay margen para el error porque cada fallo puede matar gente y ya nos cuesta mantener todo en funcionamiento incluso cuando las cosas funcionan. Y el castigo más efectivo es encerrar al inútil en una bodega interior, a oscuras, para que piense en lo que ha hecho. Allí, el tiempo y el espacio se dilatan hasta parecer infinitos».

—Chaval, date más prisa, esos peces no se van a alimentar solos —Se giró para seguir supervisando las actividades nocturnas mientras daba un pequeño sorbo de agua de una botella de cristal prácticamente vacía—. Algunos de esos peces mañana darán la talla, así que pasado podremos comer algo de pescado. Daos más prisa, grumetes.

La vida en el barco ciudad nunca fue fácil, pero sí monótona, por lo que se perdía la noción del tiempo con mucha facilidad. Hacía ya quince años, quince años sin salir del barco, comiendo pescado y algas, bebiendo agua desalada con sabor rancio, con sabor a pescado. Y Ataraxia empezó a preguntarse por qué seguir adelante, por qué luchar cuando no hay hogar al que volver.

La tierra firme no era más que un erial rocoso, sin vegetación, ni animales. Sin plantas, los herbívoros murieron hace tiempo y después los carnívoros. Los humanos se hicieron a la mar para escapar al mismo destino y apenas pudieron fabricar unos pocos barcos ciudades como aquel en todo el mundo.

Podría pensarse que un barco ciudad con casi veinte mil habitantes era inmenso, pero si se pensaba en escala global era tan poca gente…

Al final de su turno de trabajo, Ataraxia se fue a su camarote, diminuto, cansada tanto físicamente como mentalmente y no tardó en dormirse, pero su último pensamiento fue que el día siguiente iba a ser exactamente igual que aquel día e igual que el anterior.

Cuando se levantó, lo primero que hizo Ataraxia fue ir a comer un pequeño pastel de algas secas. Luego le dieron su ración de tres cuartos de litro de agua rancia diaria. En el comedor vio a mucha gente de diferentes edades y rangos, pero todos compartían una constitución similar. Al margen de la altura de cada uno, todos los habitantes del barco parecían tener las extremidades muy largas, a pesar de que lo que en realidad pasaba era que las mismas estaban tan flacas que parecían palillos. La cara chupada, ojeras y los hombres cortes en la cara del afeitado diario y obligatorio.

El primer trabajo del día de Ataraxia consistía en supervisar la calidad del agua de la piscifactoría y preparar los concentrados alimenticios para los peces. También tenía que revisar que las algas crecieran con normalidad.
A pesar de que en el barco no estaban prohibidas las relaciones de pareja, muy poca gente se molestaba en buscar ese tipo de compañía. El turno doble obligatorio en el trabajo y los estrictos controles de natalidad hacían que los habitantes solo pensaran en el trabajo y en la próxima comida, olvidándose de amigos y familia en pos de la comunidad, del bien del grupo por encima del individual.

Hacía muchos años que no había un embarazo no deseado. Al principio eran más comunes, cuando la gente aún no se había acostumbrado a los cambios, cuando no se habían adaptado a la nueva realidad. El castigo consistía en abortar y además esterilizar a la pareja en cuestión.

Después del trabajo, Ataraxia cenó un poco de caldo espeso de algas con alguna espina de pescado. Todo el mundo decía que las espinas le daban sabor al plato, pero Ataraxia no sabía por qué. 

Mientras cenaba vio cómo un muchacho delgado y tembloroso se caía con la bandeja por delante y perdía casi toda su comida. Nadie se molestó en ayudarlo. Tuvo que levantarse solo y continuar su camino. «Esta noche va a tener aún más hambre y mañana trabajará peor. Solo espero que no rompa nada. Por la ropa que lleva, trabaja en mantenimiento», pensó Ataraxia con amargura.


En ese momento se escuchó por megafonía, en todo el barco, la voz del presidente que daba un aviso de tormenta para aquella noche. Nadie comentó nada al respecto. La vida continuó como continúan las máquinas, sin descanso ni preocupaciones.

Todos seguían con sus rutinas, con sus trabajos, y los hacían de manera tan automática y precisa que nada parecía poder perturbarlos.

Durante su turno de noche en la piscifactoría, Ataraxia empezó a notar más movimiento en el agua de la misma y los objetos que no estaban sujetos empezaban a deslizarse de un lado a otro con más frecuencia. Hacía muchos años que Ataraxia no veía la cubierta, pero los pocos que se molestaban en salir y los que le hacían el mantenimiento decían siempre cosas similares. Que cada vez era más difícil quitar el óxido, con cada vez menos productos de limpieza y que las grandes tormentas habían doblado barandillas y dañado las cubiertas superiores.

Las tormentas podían ser terribles en alta mar con olas de más de veinte metros de altura y vientos de más de cien kilómetros a la hora, pero la enfermedad real que sufría el barco ciudad era el óxido, provocado por el agua salada y el viento. Hacía años que no les quedaba pintura para luchar contra el mismo. Solo era cuestión de tiempo que el óxido hiciera un daño irreparable en el barco. Pero nadie quería pensar en ello.

La mente de Ataraxia se perdió por un momento en las algas que flotaban libres en la piscifactoría y le vino a la cabeza un pensamiento recurrente, la soja.

Antes de que el mundo colapsara, la soja iba a cambiar el mundo, iba a acabar con el hambre y la pobreza, querían hacerlo el nuevo combustible universal y con unos precios muy bajos…

Sí. Cambió el mundo, pero no como los grandes científicos del momento esperaban.

Cuando la modificaron genéticamente para que creciera en cualquier clima, más deprisa, sin enfermedades y más fuerte, no fueron capaces de darse cuenta que empezó a comerse el micelio de la capa del suelo, aquello que hace fértil el terreno. Poco a poco, en los lugares en los que plantaban la nueva soja, dejaban de crecer otras plantas, pero nadie se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde. Y cuando no hubo más micelio, la soja también empezó a morir, dejando la tierra baldía excepto en pequeñas zonas tan alejadas o tan inaccesibles que hacían la vida demasiado difícil.

Con estos pensamientos en la cabeza, Ataraxia no se dio cuenta de que los movimientos del barco ciudad eran cada vez más fuertes hasta que el analizador de agua se deslizó por la mesa hasta caer al suelo. Ella estaba acostumbrada a los movimientos fuertes de una tormenta, así que continuó con su trabajo en silencio.

Al cabo del rato, el silencio se rompió de súbito. Ataraxia buscó el origen del sonido y vio que un grumete, delgado y demacrado, como los demás, se había caído en uno de los golpes de mar. Se había resbalado con la cubierta, que estaba mojada y se había dado un golpe en la cabeza con la barandilla. La resaca del agua empujó al desgraciado dentro de la piscifactoría y se hundió rápidamente a causa del peso de la ropa y las herramientas.

Todos los presentes continuaron con su trabajo, en silencio, como si no hubiera ocurrido nada. El único que pareció darse cuenta, se acercó y limpió la sangre de la barandilla antes de seguir con su trabajo.

«Bueno, una boca menos que alimentar», Pensó Ataraxia mientras examinaba la calidad de una de las algas «Pero también dos manos menos para trabajar mañana…»




Para este relato introduje apocalipsis más cercano, y cómo pedía el reto, relativo al clima. En este caso asociado al cultivo de la soja. Cuando estudiaba en el instituto, recuerdo que nos explicaron que la soja podía dar de comer al planeta entero, nos contaron todos los beneficios que tiene, las ventajas de cultivarlo y demás. Esto asociado a la importancia del micelio en la naturaleza hizo que mezclara ambos conceptos y salió este futuro distópico en el que la tierra se ha vuelto esteril y nada crece ya en ella.

Dato curioso sobre el micelio, en la wikipedia dice lo siguiente: En 2000, en Oregón, se descubrió un micelio de Armillari ostoyae , un hongo gigante, que mide 5,5 km de diámetro y se extiende sobre un área de 890 hectáreas de bosque.​ El hongo tenía más de 2.400 años.

No sé qué pensaréis vosotros, pero que un hongo sea del tamaño de un bosque, siendo una única entidad, simplemente es asombroso. Por eso lo introduje en el relato.

Como ya he anticipado antes del relato, me he centrado más en la vida diaria de Ataraxia, en su trabajo y en la sociedad que vive en la ciudad barco. Y es irónico que en una de las pocas esperanzas de la humanidad, la gente esté perdiendo precisamente eso, la esperanza. La monotonía y la incertidumbre pueden ser más terroríficas que el peor de los monstruos. Saber que el barco se está deteriorando y no tienen las herramientas para hacer el mantenimiento que necesita es más desolador que cualquier criatura de las sombras. Y saber que todo el esfuerzo, en un medio largo plazo será inutil podría desmoralizar y dejar sin esperanza a cualquiera. Y eso es precisamente a lo que se enfrentan en el relato. Se enfrentan a lo inevitable.

Espero que hayáis disfrutado del relato.

2 comentarios:

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Otra semana más vuelvo a llegar tarde al relato. Esta vez puedo decir que lo de mil quinientas palabras se me ha ido un poco de las manos. U...