Bueno, como ya os adelanté la semana pasada, para este finde traigo una cosa muy especial, y es que técnicamente, se puede decir que el relato de este finde no lo firmo yo. El escritor que lo firma es Adán, el protagonista de los relatos que he ambientado en Nueva Eva. Le hice escritor y ya va siendo hora de que le saque partido.
En mi último relato sobre él, sacaba una teoría bastante absurda del que HUE, la IA del complejo, le aconsejaba escribir, así que este es el adelanto del primer capítulo de la siguiente novela de mi querido Adán.
Es un poco loco escribir sobre un personaje escritor y que a su vez acabe publicando el trabajo de este personaje, pero me encanta como concepto.
Lo único, esperaba que me saliera más absurdo y me ha salido más serio de lo que esperaba. En cualquier caso, os dejo con el relato y comentamos después.
1 La conspiración
Había visto y vivido muchas cosas en mi despacho, pero lo que pasó hace un mes fue lo más espantoso que he tenido que soportar en mi carrera de detective privado.
Me había llegado una misiva de un dentista que me pedía que me reuniera con él en su apartamento, a las afueras de Nuevo Madrid para enseñarme algo importante. Me había adelantado tres mil eurasios, lo que equivalía a tres meses de alquiler, y había prometido más. Así que no tenía ningún motivo para no ir.
Al llegar al portal llamé sin querer a la puerta de al lado. Vi que se encendía el portero y escuché un gruñido.
—Busco al doctor Limón, me ha llamado. —Pensé que al ser una consulta no preguntaban.
—El doctor tiene la consulta en el segundo C, de casa. Has llamado al B, de barco. —Sonó como se abría la puerta—. La próxima vez no te equivoques.
—Gracias y disculpe. —Escuché otro gruñido como única respuesta.
Al subir al segundo piso, llamé a la puerta y escuché ruidos extraños procedentes del interior del apartamento, pero no le dí mayor importancia. Esperé y noté que la puerta se abría muy despacio. Entonces salió una persona que me tiró al suelo de un empujón y salió corriendo.
Entré corriendo al apartamento y ví a un hombre tendido en el suelo, con una bata blanca, así que asumí que era el doctor. Tenía un agujero en el pecho, aparentemente de bala, y la lengua a medio cortar le asomaba por la boca. La sangre mojaba sus labios y le daba un aspecto aún más siniestro
Estaba claro que le habían matado por chivato y querían dejar un mensaje. Pero no me había llegado a explicar nada.
Por suerte, el sicario no había tenido tiempo de deshacerse de las pruebas, o al menos, no de todas. Apenas había tenido tiempo de matar al pobre hombre. Así que me puse mis guantes de detective, tenía que averiguar lo que el bueno del doctor me quería contar.
Empecé registrando el cuerpo, pero eso sí que estaba limpio. Miré en el escritorio y no encontré nada inusual. Incluso intenté levantar la alfombra a ver si había algo debajo, pero entonces me percaté de que debajo de la silla, había unos papeles pegados con esmero para que no pudieran verse de ninguna manera.
Me los guardé, cogí el teléfono del doctor, llamé a emergencias y salí del edificio disimulando. En poco tiempo enviarían ayuda y encontrarían la escena.
El dentista había intentado ayudar y le había costado la vida. Ya no iba a recibir más dinero, pero algo gordo estaba pasando si, hasta habían intentado dejar un mensaje para otros. Pero tenía que tener mucho cuidado o sería el siguiente en su lista.
Al llegar a mi despacho, cerré con cerrojo, bajé las persianas y me senté a ver los documentos.
Al principio no fui capaz de entender lo que estaba viendo, parecían hojas de excel, con gráficas y estadísticas, pero al ir leyendo, las cosas empezaron a cobrar sentido. Había estadísticas de los últimos seis meses acerca de la salud bucodental de los barrios de Nuevo Madrid, y claramente, cada mes había un repunte muy fuerte de caries y endodoncias en siete barrios concretos. Cada mes había un incremento que rondaba el veintiuno por ciento superior al mes anterior.
Al margen del número desproporcionado de personas yendo al dentista, parece que al señor Limón lo que más le llamaba la atención era la escalada tan estable.
Había dejado anotado que con el consumo de dulces, la necesidad había ido creciendo durante siglos, pero de una manera muy sutil desde hacía más de un siglo. Y de repente, algo o alguien quería beneficiarse de que mucha gente fuese de golpe a los dentistas.
Puede incluso que los propios dentistas estuvieran metidos en el ajo, por eso, alguien había contactado con el Doctor Limón y al comprobar que era cierto lo había intentado denunciar.
Era consciente de lo descabellado que resultaba todo, pero era la única suposición creíble después de revisar todos los documentos que había guardado el dentista, y que le había llevado a la muerte. Una organización a la que bauticé como los Caristas.
Pero antes de ponerme a hacer acusaciones, necesitaba pruebas de los delitos, más allá de estadísticas increíbles, así que me tocaba empezar a trabajar.
Me fijé que había un barrio que había empezado a crecer antes que el resto, así que tenía que empezar por ahí, en la zona de batán. No podía saber qué dentistas estaban metidos en el ajo, pero tenía una pista. empecé a llamar a varios pidiendo cita y me quedé con el que me daba la cita más lejana en el tiempo. El exceso de trabajo le hacía más culpable a mis ojos.
Esta jugada me dejó una semana de tiempo para prepararme. Estuve estudiando las técnicas dentales más habituales, las herramientas y sus usos. Necesitaba estar preparado. Necesitaba estar preparado. Y llegado el momento, fui a la consulta del doctor (x) para que me hiciera una revisión integral. Como era de esperar, la sala de espera estaba llena y tuve tiempo de hacer amigos.
—Ey, ¿Qué te pasa? —Le pregunté a un chaval muy joven con el moflete hinchado—. Tiene que doler una barbaridad.
—Llevo tres días con mucho dolor. Se me ha hinchado el moflete.
—¿Hiciste algo especial el día anterior? No te darías un atracón a chocolate ¿no?
—No, no hice nada especial. —El chico me miró raro, como si no supiera si debía contarme algo más.
—Yo vengo a hacerme una revisión, quiero asegurarme que no tengo ninguna pieza picada. Me llamo Adán, ¿y tú? —Intenté tranquilizarle, no quería que sospechara de mí.
—Yo me llamo José Luis. ¿Vienes sin que te duela nada? Si que tiene que gustarte esto. Yo no vendría si pudiera evitarlo.
—Precisamente vengo ahora que no me duele, para evitar venir con dolor. Si tengo algo tocado, es mejor arreglarlo ahora que no esperar a que esté peor.
—Puede ser…
Estuve hablando con otros, mientras tanto, José Luis estaba muy atento a lo que iba preguntando. Nadie parecía haber hecho nada especial el día anterior y no parecía que fuera a sacar nada en claro hasta que José Luis volvió a hablar.
—¿Adán? Acabo de acordarme que el día anterior llevaron unas muestras de unos caramelos al instituto. Repartieron a la salida.
—¿Caramelos? ¿Recuerdas por un casual el nombre?
—No, tiré el papel. Sabían a sandía y estaban muy buenos.
—¿Algún otro compañero del instituto, que cogiera caramelos, tiene el mismo problema que tú?
—Que yo sepa, no. Ninguno de mis amigos cercanos cogió.
Podía ser una pista o una casualidad. Tenía que seguir investigando.
—A mí me dieron uno de esos caramelos en el supermercado. Eran violetas, ¿verdad? —Una mujer de avanzada edad se acercó. Tenía la cara muy hinchada.
José Luis se quedó mirando a la mujer y entonces habló.
—Sí, el papel era amarillo con franjas negras. ¿Los dieron también en el supermercado?
—Sí, hijo. Estaba muy bueno, pero ahora me duele una barbaridad la boca.
En ese momento me llamaron a consulta y se me acabó la coartada, no podía quedarme más tiempo, pero tenía lo que había ido a buscar.
Entré en la consulta y después de mirar un par de minutos llegaron a la conclusión de que no tenía nada importante. Me ofrecieron una limpieza bucal, la cual acepté y me dieron cita para dos semanas más tarde. No es necesario decir que no tenía la menor intención de ir.
Pero estaba en la pista indicada, unos caramelos con sabor a sandía de color violeta con un emboltorio amarillo con franjas negras. si iba a algún instituto sería raro, por la diferencia de edad. Así que me tocaba ir a supermercados y esperar que me ofrecieran esos caramelos envenenados.
Bueno, no literalmente. Ya me entendéis.
Como ya he dicho al principio, me ha quedado más serio de lo que esperaba. Lo cual me extraña y me enorgullece a partes iguales. Yo pensaba llevarlo más hacia el absurdo, pero ver que puedo darle un halo de seriedad a una trama que es, a todas luces incoherente, me parece fascinante.
Ahora me he quedado con ganas de seguir escribiendo sobre los Caristas. ¿Puede que haga un segundo capítulo? Podría ser, pero no creo. Tengo otras ideas en mente y quiero cerrar el arco de Adán.
En cualquier caso, aún no tengo pensado que voy a traer la semana que viene, puede que siga con la historia de Adán o puede que abra un nuevo relato independiente. Lo que sí sé, es que estaré con vosotros el domingo que viene para traer un poco más de entretenimiento.
Espero que hayáis disfrutado del relato.
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