Un domingo más nos reunimos para ver otro relato.
El fin de semana pasado se me complicó y publiqué más tarde, por lo que está semana también he tenido menos tiempo. De hecho, no tenía nada claro qué iba a subir o si iba a tirar de los retos del club que aún no he publicado, pero al final y con un golpe de suerte, os traigo un relato de humor absurdo. Hacía tiempo que no traigo este estilo de humor y lo echaba en falta.
Todo empezó una noche hablando con una amiga le dije que se fuera a dormir, que era tarde y estaba cansada. Entonces ella me respondió que no la mandara, y siguiendo la broma le dije que era una broma. Está conversación la hemos tenido bastantes veces y ella me dijo: sí, la orden del Fénix, a lo que yo respondí con: la orden del plátano. ¿Sabes que el plátano tiene mucho hierro? La orden del plátano de hierro.
Y con esa tontería, unida a que no tenía nada más que publicar hizo que le diera vueltas a la posibilidad de escribir sobre ello. Al principio pensé en una megacorporación que automatizar la producción de comida, pero no sacaba ningún conflicto decente, hasta que surgió el relato que os traigo a continuación.
El plátano de hierro
La sala de reuniones estaba vacía. La luz del amanecer se colaba por el ventanal del septuagésimo quinto piso de la torre de oficinas de la empresa Granja de la Fonfría, en Nueva Cecina, León.
El silencio anticipaba los acontecimientos que ocurrirían aquél catorce de febrero del año dos mil trescientos cuarenta y cinco.
Entonces entró el gerente de la empresa con su mejor traje. Era alto y delgado, tenía el pelo rubio muy corto y ojos azules. Después de llegar, se dirigió al ventanal para ver salir el sol tras el Teleno.
—Hoy es el gran día… —susurró para sí mismo—. El plátano de hierro.
Se quedó mirando el paisaje, imperturbable, observando cómo pasaba el tiempo ante sus ojos.
—Señor Mugrito, los invitados se están reuniendo en el vestíbulo.
—Muy bien, señor Stratocaster, dígales que suban dentro de quince minutos.
—Sí, señor.
Mugrito se quedó en la misma posición unos minutos, entonces se posicionó en la cabecera de la mesa y se sentó a esperar. Tocó el bulto que había bajo su butaca y su tacto le tranquilizó.
Pasados unos minutos llamó a la puerta el señor Stratocaster y anunció la llegada de los invitados.
Entraron cinco personas, tres hombres y dos mujeres. Todos llevaban trajes elegantes y formales. Los invitados eran: el señor Bajo, gerente de la empresa Alimentos Conciertados, la señora Eugenia de Montijo, gerente de la empresa, de La granja a tu casa, el señor Tonky, gerente de la empresa La granja de Papá, la señora París, gerente de la empresa, La granja en la que naciste y el señor Valls, gerente de la empresa Los valores familiares.
Dicho de otro modo, estaban los gerentes de las mayores empresas agrícolas de España reunidos en la misma sala. Mugrito había comprado ya al sesenta y nueve por ciento de las empresas pequeñas y el noventa por ciento de las empresas familiares. Las compras las había hecho con la empresa El plátano de hierro, y aún nadie había vinculado la empresa con Mugrito. Aún así, eso no significaba nada sin las empresas más grandes.
—Sentaos, por favor. —Mugrito hizo una reverencia amable—. Creo que las presentaciones no son necesarias, ¿Verdad?
Los cinco negaron con la cabeza al unísono, pero sin decir nada. Se notaba mucha tensión en la sala, todos competían por el mismo pastel y la caída de unos era el alzamiento de otros.
—Señores, y señoras, están ustedes muy serios. —Mugrito sacó seis vasos y una botella con formas rectas rellena de un líquido marrón claro—. Brindemos por el encuentro, es un whisky de cocho reserva del mil novecientos noventa. Su valor es… incalculable.
—Señor Mugrito. —El señor Tonky miró asombrado la botella—. Es una reliquia del pasado. Pero, ¿No es demasiado temprano para beber whisky?
—Bobadas, señor Tonky, ¿O prefiere usted un té de tungsteno? Se lo puedo pedir si lo desea.
—No, está bien.
El señor Tonky se puso nervioso, mostrar debilidad en un lugar como aquel equivalía a perder dinero. Mucho dinero.
Mugrito sirvió los vasos y los repartió, dejando para el final al señor Tonky. Todos bebieron en silencio. Paladeaban con fruición la bebida, no estaban acostumbrados al aroma y cuerpo de una bebida con tanta solera.
—Señores, tenemos un problema muy grande. —Mugrito les sacó del deleite espirituoso encendiendo un proyector holográfico que mostró una pantalla blanca en la pared interior—. Imagino que habréis oído hablar del plátano de hierro. ¿Me equivoco?
Los cinco carraspearon, la señora París le restó importancia con un gesto de la mano, mientras que el señor Bajo realizó un sencillo rift, con los dedos, sobre la mesa. Entonces Mugrito pulsó un botón y el proyecto holográfico mostró unas tablas estadísticas y unas barras.
—Esto, señores, es lo que se llama un crecimiento exponencial a la derivada de pi y margal. En menos de dos años la empresa El plátano de hierro ha comprado la mayoría de empresas pequeñas, como podéis observar en esta gráfica y la gran mayoría de las empresas familiares.
Mugrito señaló las gráficas correspondientes. Su audiencia contemplaba en silencio la explicación, adornada por los rifts del señor Bajo.
—Esto es un problema muy serio —continuó Mugrito— porque dentro de poco estarán en condiciones de intentar comprar alguna de nuestras empresas magnas, nuestras empresas insignes en el campo agrícola. De hecho, la semana pasada me hicieron una oferta realmente… tentadora.
Los rostros de los presentes se convirtieron en máscaras de asombro y empezaron a mirarse entre ellas.
—A mí me hicieron una oferta hará tres semanas. —La señora Eugenia de Montijo revisó su carpeta con documentos y sacó un folio—. Era una oferta realmente buena. Pero no voy a ceder por nada.
—A mí me hicieron otra oferta hará dos meses. —El señor Tonky reconoció, bajando la cabeza—. También me negué a vender.
—Esto es ridículo. —El señor Valls se puso de pié—. Es evidente que nos han hecho ofertas a todos ¿no? —El resto asintió con la cabeza—. Pero ninguno de nosotros va a vender su empresa. Por muchas empresas pequeñas que tenga, no puede competir con las nuestras. Estamos perdiendo el tiempo.
—¿Está seguro, señor Valls? Siéntese, por favor. —Mugrito hizo un gesto conciliador con las manos—. Imaginemos que empezaran a comprar y vender acciones de nuestras empresas con la técnica del Pump and dump. O que empiezan a hacer ciberataques a nuestras plataformas logísticas. ¿De verdad estamos seguros y confiamos en que ninguno de los demás venderá si se ve muy presionado por estos señores que parecen no tener escrúpulos ni moral?
La desconfianza llenó el espacio vacío de la sala y las miradas acusadoras empezaron a volar entre los presentes. Si las miradas matasen, ya habría corrido la sangre. Pero nadie dijo nada, nadie se atrevió a acusar a nadie públicamente a pesar de sus rencillas.
—¿Os imagináis el poder que tendría esta empresa con solo comprar a uno de nosotros? —Mugrito volvió a la carga—. No podríamos hacer nada para pararle los pies. Y por eso, señores, estamos aquí reunidos. Por eso, tenemos que dejar de lado nuestras diferencias y unirnos contra un mal mayor, y terrible, que nos acosa.
—No estará pensando en comprarnos las empresas, ¿verdad? —Tonky se puso a la defensiva.
—Me ofende, señor Tonky. Solo pretendo forjar una alianza que nos blinde mutuamente contra El plátano de hierro, que es un depredador insaciable. Sé perfectamente que ninguno de nosotros está dispuesto a vender… a día de hoy.
—¿En qué consistiría ese blindaje mutuo? —El señor Valls se rascó la barbilla interesado.
—Yo no estoy interesada. —La señora París se recostó en su butaca—. La granja en la que naciste es sólida y no veo como podrían cambiar eso.
—Puede que su empresa sea fuerte, Señora París, pero si el plátano de hierro se hace con dos de nuestras empresas, entonces perderá su poder de superioridad. —La señora París bufó—. Sé que crees que es imposible, todos pensábamos que era imposible comprar gran parte de las empresas menores, y ha ocurrido.
—Son cosas muy diferentes. —La señora París insistió.
Mugrito miró a su alrededor y observó a sus invitados.
—Señor Bajo, ¿Lo cree usted igual de imposible?
—No puedo decir que tenga una gran confianza en los presentes. —El señor Bajo dió un puñetazo sobre la mesa—. Y eso le incluye a usted, señor Mugrito.
—Obvio, no confiamos en ninguno de los presentes, pero estamos aquí para derribar esas barreras sónico cuánticas que nos separan. Porque la unión nos hará más fuertes.
El silencio se hizo sólido mientras los invitados de Mugrito barruntaban sus palabras. Volvieron las miradas acusadoras y llenas de desconfianza. Incluso hubo toses y carraspeos nerviosos. Cuando la situación parecía haber llegado a un punto muerto, Mugrito volvió a hablar
—Os voy a dejar unos documentos sobre la mesa, los vamos a leer detenidamente y luego opinaremos sobre los mismos. Los voy a repartir boca abajo para que todos lo empecemos a ver a la vez.
Mugrito hizo el reparto con movimientos tranquilos y calculados. Puso un grupo de hojas frente a cada uno de sus invitados y después rellenó los vasos.
—Girad los documentos y empezad a leer. —En ese momento hubo un leve brillo en los documentos recién girados, pero la luz que entraba por el ventanal impidió que se dieran cuenta del detalle.
Cada uno leía a un ritmo diferente, el señor Bajo, más nervioso, fué el primero en terminar. El señor Tonky leyó todo con mucho cuidado y fué el último. Cuando todos terminaron hubo miradas de sorpresa y recelo entre todos.
—¿En serio, señor Mugrito? —El señor Tonky apuntó directamente al susodicho—. ¿Quién va a asegurarse de que se cumplen los acuerdos de apoyo mutuo?
—Una vez más, obvio, el resto. Seremos al mismo tiempo beneficiarios y jueves del tratado. Así nadie podrá abusar de ninguno de los acuerdos.
—Eso nos dará más trabajo y más dolores de cabeza. —La señora París se llevó una mano a la sien.
—Y muchos beneficios, también. —Apuntó el señor Valls.
Después de un momento de silencio, los cinco firmaron la última hoja. Mugrito pulso un botón bajo la mesa con satisfacción y un cajón secreto, debajo de cada pila de documentos, se los tragó dejando una imagen Holográfica de los mismos. También sonó un chasquido de cerradura en la puerta de la sala.
—¿De qué va todo esto, Mugrito? —El señor Tonky estaba furioso. Es una trampa.
Todos se pusieron de pié con la intención de enfrentarse a Mugrito. Entonces él pulsó otro botón debajo del brazo de su butaca y sacó lo que escondía con tanto cuidado. Una máscara de gas.
Los cinco empresarios corrieron hacia la puerta mientras mientras de los aspersores empezaba a salir un gas mortal e invisible.
Intentaron forzar en vano la puerta. Era una puerta de seguridad de catorce centímetros forrada de madera con un cuerpo de espinacas secas que solo podían ser ralladas por el diamante puro. Ya se sabe que la vida es dura, pero más dura es la verdura y las espinacas eran las reinas de la dureza.
Después de debatirse entre espasmos y temblores de terror y agonía, la competencia de Mugrito murió a sus pies.
Los documentos que habían firmado en realidad eran documentos de cesión de derechos en caso de que les ocurriera algo. Y se había ocupado del requisito al momento.
Mugrito ya tenía el monopolio de las industrias agrícolas españolas, y pronto, se haría con el monopolio mundial. Y todo, con el subterfugio de la orden del plátano de hierro.
No sé si os habréis dado cuenta, pero la base del relato de las corporaciones agrícolas viene acompañado de una recreación, bastante libre, de un hecho real. La masacre de San Valentín, el año mil novecientos veintinueve. Lo que ocurrió es que, aunque no se pudo acusar en firme, Al Capone, durante el periodo de la ley seca y a causa de varias disputas con su competidor, Bugs, el loco Moran, mando acribillar a siete de los hombres de Bugs. Esto hizo que Al Capone obtuviera, de manera temporal el control de Chicago. Insisto en que es una interpretación muy libre, pero quería ilustrar y contextualizar el relato.
Para Marzo, es posible que vuelva a haber reto del club. Yo tengo una propuesta para un poco más de humor absurdo. Pero de momento, para la semana que viene, puede que vuelva Adán. Aunque no lo puedo asegurar.
Hasta entonces, espero que hayáis disfrutado del relato.
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