El reto del club cyrano de diciembre del 2021 era este: https://clubdeescrituracyrano.com/hazme-un-muneco-de-nieve/
El reto de este mes, lo que pedía era que el protagonista fuera uno de esos iconos de la cultura navideña. El muñeco de nieve, papá Noel, los renos, el cascanueces, etc. Y sobre todo que tuviera que ver con la navidad.
Entonces relacioné el primer relato que ya he subido al blog en el futuro distópico en el que la población mundial disminuyó hasta el punto en el que dejaron de nacer bebés y se creó la estación nueva Eva en la luna. Ver la evolución de la sociedad con el paso del tiempo, las costumbres y las limitaciones que tienen en ese futuro.
Una aclaración porque en las reseñas de los compañeros del club lo remarcaron como un error y no lo es. He deformado el nombre de Santa Claus a San Claus por el tiempo que transcurre desde el hoy al momento de la novela. Es un cambio consciente.
Y sin más, vamos con el relato.
Oh, oh, oh. Feliz 2268
Había bastante ambiente aquella tarde navideña. La antigua Puerta del Sol de Madrid, ahora llamada Puerta de la Concordia estaba poblada por grupos de familias con sus hijos. Todos miraban las luces holográficas navideñas con anhelo.
Yo solo veía la hora de empezar a trabajar y me intentaba animar viendo el cartel que felicitaba a todos con su alegre “Feliz 2268”.
Guardé el vapeador y palpé las bolsas con fruta escarchada.
—Samantha, ponme el disfraz holográfico de San Claus por favor.
—Ahora mismo. Tendré que ajustarlo un poco a esa barriga que estás echando. Deberías beber menos.
—No te pases, no es para tanto, solo son un par de kilos.
—¿Un par? Llevas seis kilos y medio desde junio. Tienes que tomártelo en serio.
—Sí, sí, el año que viene.
Últimamente la IA de mi pulsera me tenía a dieta, es un rollo que tu propia pulsera inteligente te impida hacer cosas, sobre todo porque no te podías escapar de ella. Pero hay que reconocer que también es muy útil.
La vida había cambiado tanto, que era difícil entender cómo era la vida en el siglo XXI. El último bebé que nació de manera natural fue datado en el 2148, hace ya ciento veinte años.
Desde entonces los niños dejaron de venir de Paris, ahora venían de la Luna.
Por eso ya era normal que el padre tuviera rasgos asiáticos, la madre europeos y el niño africanos, por ejemplo. Cuando se solicitaba un bebé no podías elegir el que iban a enviar lo que, en teoría, fomentaba la interculturalidad. Pero la cultura era algo aprendido, da igual que rasgos tuvieran, todas esas familias eran madrileñas.
Ya con el disfraz holográfico me dirigí al centro de la plaza con una campana y según la hacía sonar los niños se empezaban a arremolinar a mi alrededor.
Calculé que podría haber unos cuarenta niños reunidos, todos de familia acomodada con buenos trabajos y buenos sueldos. A pesar de que no se veía realmente la ropa con los hologramas que llevaban, se notaba que era ropa buena, de calidad y cómoda. Siempre se ha dicho que hay dos cosas que no se pueden ocultar, el amor y el dinero.
—San Claus, dame fruta, dame fruta —Una niña de unos seis años se acercó con las manos abiertas y le di una fresa. Ella la miró con deseo y se la comió sin decir nada.
Fui repartiendo más fruta, trozos de plátano, piña, melocotón, todo escarchado. Y los niños adoraban ese bocado tan dulce y todos pedían repetir. Por suerte yo llevaba de más.
La fruta, que según creo fue algo que se comía a diario, había pasado a ser un lujo que ni siquiera estas familias acomodadas se podían permitir a menudo. Con la crisis de la natalidad hubo una revolución en robótica, lo que consiguió suplir la mano de obra en la mayoría de los trabajos, pero eso trajo otra crisis porque el mantenimiento de las máquinas necesitaba muy poca mano de obra y el paro subió muchísimo. Pero por desgracia, ninguna máquina estaba preparada para cultivar comida sin ayuda del hombre y muy poca gente estaba dispuesta a trabajar en una granja. Eran trabajos muy duros y muy mal pagados. Y por eso, la fruta era un lujo.
Al cabo de media hora casi todos los niños se habían dispersado y solo tenía un par rondando, pidiendo su cuarta fruta. Las familias disfrutaban de los villancicos y de los puestos navideños. Entonces se me acercó un hombre con ropa normal. Quiero decir, sin holograma por encima de la ropa real. Además, estaba muy sucia y rota.
—Ey, tronco, dame algo de cripto para comer. —Me enseñó una vieja pulsera que no tenía holograma ni IA, solo tenía la identificación del usuario.
—Llevo la pulsera del traje, no tengo mi identificación así que no tengo dinero, lo único que tengo son las frutas. Si quieres te doy.
—No voy a poder dar de comer a mi familia con un par de frutitas, idiota. —Se acercó aún más— Ya me gustaría ser tan privilegiado como tú, menudo cholo de trabajo sin darle a la máquina.
—Toma, te doy lo que me queda de fruta, es un poco menos de media bolsa. No te puedo dar nada más, de verdad es todo lo que tengo.
Y en realidad es más de lo que tenía porque la fruta no era mía, la tenía que devolver después y con lo que cobraba no podía pagar ni un poco.
—Pero por favor, —continué— no hagamos un alboroto, hay mucha gente cerca. Toma, dale esto a tus hijos.
—Con esto no voy a poder vestirles, ni pagarles la escuela… —Se echó a llorar— Yo, solo quiero darles una vida decente a mis hijos.
La falta de trabajo era una ruina para demasiadas familias que vivían en lo que fueron los barrios obreros y ahora solo eran marginales.
—No puedo darte nada más, en serio, toma —Le puse la bolsa en la mano y le empujé para que se fuera. Las familias empezaban a mirar con malos ojos a ese adulto, mal vestido, plantado junto a San Claus—. Si armas más alboroto llamarán a la policía y sabes que eso no nos ayuda a ninguno de los dos.
Al final cogió la bolsa y se fue dando tumbos. Me dio mucha pena, pero no podía hacer mucho más.
La tarde continuó con lentitud, los niños rezagados del barrio se acercaron poco a poco a por fruta. Por suerte llevaba más bolsas, de hecho, el ayuntamiento contaba con el robo de al menos un par de ellas.
Los niños parecían tan despreocupados, tan inocentes. La plaza a nuestro alrededor estaba llena de color, magia navideña y alegría, pero, no muy lejos, había mucha gente sufriendo para poder comer y sobrevivir.
—Yo este año le voy a pedir a San Claus una bicicleta flotante. —Me pareció un niño pijo y repelente, de esos a los que le compran todo.
—Pues yo voy a pedir un peluche amigo de babosa letal —le respondió una niña más pequeña con coletas.
Babosa letal era la serie de dibujos infantil del momento con naves espaciales, luchas y demás. Los niños estaban como locos con ellos.
—Yo quiero el peluche amigo de Sylphrena, es tan mona y tan azul. —Otra niña pequeña daba vueltas con los brazos extendidos como el personaje de otra serie, del que quería el peluche.
Yo nunca podría pagarles un peluche amigo con inteligencia artificial a mis hijos, se tenían que conformar con regalos menos tecnológicos.
Cuando la gente empezó a irse de la plaza en dirección a sus casas a refugiarse del incipiente frío nocturno, aproveché para guardar un puñado de frutas en una bolsa vacía y me la guardé en un bolsillo un poco más discreto. Mis hijos también tenían derecho a comer un poco de fruta ¿no? Lo tomé con un pago en especie.
Me dirigí al buzón del oso y el madroño y deposité el resto de la fruta para que la recogieran al día siguiente. Me sentí muy feliz de poder llevarle ese regalo a mis pequeños.
Solo después de quitarme el disfraz holográfico, me di cuenta de lo bien que se veía la luna esa noche, llena, como un faro en el océano del universo. Y no pude evitar pensar en esa persona que tendría que encargarse de cuidar de los bebés antes de que estuvieran preparados para venir a la Tierra. Seguro que era un trabajo complicadísimo y puede que fuera el trabajo más importante del planeta.
Pero debía sentirse muy solo, tan lejos y sin compañía.
Este fue el relato que escribí para el club. Quise hacer hincapié en las diferencias sociales entre los niños acomodados que pueden permitirse contratar a una persona y los niños del empleado que no puede permitirse los mismos lujos.
Otra cosa que me comentaron los compañeros del club fue que hay robos cultivando comida y es viable. Y tienen razón. Pero siguiendo la línea argumental del primero, los robots de este universo no tienen un control óptimo de la fuerza y por eso hay un supervisor en la estación Nueva Eva cuidando de los bebés, porque las máquinas pueden ejercer más fuerza de la necesaria y hacer daños a los bebés. Por este mismo motivo no recogen la fruta directamente, porque pueden dañarla. Es un punto de vista que he agregado a la ambientación, pero que puede parecer raro.
Otra frente de crítica que expongo es que la sociedad prefiere trabajos más cómodos que ir a recoger fruta y por eso esta se ha vuelto un lujo. Me comentaron que si es un lujo el sueldo debería ser mejor, y es cierto, pero quería darle ese tono de que el trabajo manual, a pesar de ser puramente humano por lo que ya he explicado, está muy mal valorado.
Por último, decir que aún me queda un relato escrito a día de hoy ubicado en este mismo universo. Lo subiré más adelante y espero escribir más para seguir ampliándolo. Me encanta escribir en este escenario tan concreto.
Espero que hayáis disfrutado del relato.